Con su mate en la mano y la mirada puesta en el horizonte, donde se dibujan las palmeras caranday, piensa en los ingredientes que llevará el locro. Sabe que mas allá del zapallo, los porotos y los cueritos de chancho, el elemento fundamental para el guiso es el amor. Ese cariño que le ponen las abuelas a las comidas, que no se compra en ningún lado.
Este domingo el pueblo se vera invadido de fieles que creen en San Roque. Vendrán desde lejos para agradecer y pedir al santo de los enfermos.
Doña Amanda prepara su mejor delantal. El que coció con sus propias manos y le hizo un bolsillo grande para guardar el pañuelo. Se calza las zapatillas más cómodas para estar bastante tiempo parada al lado del calor. Ya juntó las mejores ramitas y los troncos especiales de chañar para preparar el fuego. Después llegan los muchachos para acomodarla ahí en la sombra donde se hará el gran asado. Seguramente murmura en voz baja que “la gran estrella” para los visitantes será el cabrito, pero a la vez piensa que el locro tiene asignado el segundo lugar por ser nuestra comida típica.
A media mañana mientras está envuelta en los quehaceres para la fiesta, ve llegar a los peregrinos. Estos pasean por la feria que se armó en la calle céntrica alrededor de la plaza. Tiene de todo: sombreros, anteojos para leer, para sol, muñecos de barney, patay, discos de la mona, artesanías…
Entonces, decide que es hora de prender el fuego y poner la olla. “La locrera de quilino” entiende por su experiencia que al mediodía la salsa debe estar lista y los porotos bien cocidos.
En cada plato que sirve, Doña Amanda entrega un pedazo de su vida. Y está feliz porque su trabajo redituará en beneficio del pueblo.
Ya falta menos para las cuatro de la tarde, hora que estará lista la procesión. Ella, como todos los fieles viste la mejor ropa, el mejor peinado, los mejores zapatos.
A media mañana mientras está envuelta en los quehaceres para la fiesta, ve llegar a los peregrinos. Estos pasean por la feria que se armó en la calle céntrica alrededor de la plaza. Tiene de todo: sombreros, anteojos para leer, para sol, muñecos de barney, patay, discos de la mona, artesanías…
Entonces, decide que es hora de prender el fuego y poner la olla. “La locrera de quilino” entiende por su experiencia que al mediodía la salsa debe estar lista y los porotos bien cocidos.
En cada plato que sirve, Doña Amanda entrega un pedazo de su vida. Y está feliz porque su trabajo redituará en beneficio del pueblo.
Ya falta menos para las cuatro de la tarde, hora que estará lista la procesión. Ella, como todos los fieles viste la mejor ropa, el mejor peinado, los mejores zapatos.
Es una mas de las cinco mil personas que le piden al santo un buen año, más venturoso y que traiga salud para todo el mundo.
El sol cae en el norte de Córdoba. El día de fiesta esta pasando y la “locrera de Quilino” ya piensa en el próximo locro.Autor: Benita Cuellar
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